7 nov 2009

Sabino Fernández Campo

Creo que Sabino Fernández Campo fue un permanente y sagaz observador, que analizaba, estructuraba, procesaba lo que percibía y sacaba conclusiones acertadas, concretas, ajustadas y prácticas. Estuvo en el “justo medio”, fue equitativo y prudente. Tuvo claro lo que tenía que decir y hacer, lo que tenía que aconsejar y, como los inteligentes, era sibilino, sin que se notara. Su interlocutor, si era listo, le entendería, pero si era incompetente, sería mejor no hablar.
Tenía habilidad al aconsejar, mandar u obedecer. También tuvo fallos.

¿Cómo decirle a un rey que ha actuado mal, sin que se enfade y cómo decirle que ha hecho algo bien sin adularle?
Sin duda era más listo que el rey. Prueba de ello las veces que estuvo al “quite”, cuando Juan Carlos estaba a punto de meter la pata.
Se comunicaba con SM de tal forma que SM se sintiera superior, sin serlo. Subía o bajaba la autoestima del rey y la ponía en el escalón adecuado, sin provocar suspicacias.
Sabino era inteligente El rey le destituyó cuando se dio cuenta que era más listo que él, cuando se sintió inferior y surgió la enemistad, la animadversión. Juan Carlos no le quería cerca y tuvieron que echarle. Por sorpresa, según Sabino.

Fue Sabino quien paró el 23-F. Este acontecimiento, además de las conspiraciones, rivalidades y enfrentamientos de “alta política”, arrastró una rivalidad y competencia entre el propio Sabino y Armada. Ambos conocían bien al rey y sabían sus alcances, ambos aspiraban a “aconsejar”, a mandar en Juan Carlos. Armada pretendía, además, mandar en todos los españoles.
Sabino salió vencedor y Armada vencido. El fracaso del 23-F colocó al primero como juez y al segundo como reo. Sabino no se ensañó, pero si hubiese triunfado el golpe, Sabíno hubiera sido el “malo” y Armada el “salvador” de España, porque Juan Carlos hubiera seguido siendo el rey triunfara o no el golpe. El monarca, por su parte venía diciendo: “A mí que me lo den todo hecho”, sin darse cuenta de que, si triunfaba el golpe, su mandato como rey sería breve y habría acabado como su abuelo y su cuñado, el griego, en el exilio

A principios de los años noventa, Sabino Fernández Campo, cometió uno de sus errores reconocidos: comprar unas cartas del Rey sobre un amor adolescente para evitar que se publicaran. Fernández Campo envió de intermediario a Jaime Peñafiel, que impidió en aquel momento que aquellas cartas de don Juan Carlos I, en su etapa de cadete, a una chica se hicieran pública entonces. Pero no consiguió que tiempo después Peñafiel sacara un libro y las cartas salieran a la luz.

Sobre la salida de Fernández Campo se dijeron muchas cosas, algunas discrepancias fueron conocidas. Uno de sus grandes disgustos reconocidos por el jefe de la Casa Real fue la publicación de una biografía autorizada por el Rey del extrovertido periodista Vilallonga, que años después haría célebre su teoría de la "conspiración republicana".

En junio y agosto de 1992 se produjo el gran estallido cuando el diario "El Mundo" publicó en portada una información sobre una supuesta relación extramatrimonial del Rey. La fuente de aquella noticia nunca estuvo clara. ¿Mario Conde, Jesús Cacho, el propio Sabino como un "aviso" para que el Rey cuidara más sus andanzas? A partir de este momento las relaciones entre el monarca y Sabino no fueran las mismas. .Fue destituido a los dos días de una entrevista del rey con Celine Scott, contra el parecer de Sabino. Echaron a Sabino y pusieron a Almansa y después a Aza.

Así lo cuenta “El Confidencial”:

“Por qué echaron a Sabino de Jefe de la Casa Real”
Corría el mes de junio de 1992. El Mundo se atrevió a reproducir una información aparecida en la revista francesa Point de Veu y en la italiana Oggi sobre los devaneos de don Juan Carlos con la decoradora mallorquina, Marta Gayá, estrechamente ligada al Rey durante muchos años, como todo el mundo sabe. Hubo escándalo por todo lo alto e indignación real en la misma proporción. El Rey llamó a su amigo Giovanni Agnelli, al magnate italiano propietario del Grupo RCS y máximo accionista también de Oggi.
Y cuentan que el Rey pidió la cabeza de Ramírez y Agnelli se mostró muy dispuesto a servírsela en bandeja de plata. Lo salvó in extremis el banquero Mario Conde, entonces presidente de Banesto e intimo amigo del Monarca. A cambio, Pedro J. Ramírez tuvo que confesarse en Palacio. Pedro J. llegó a La Zarzuela a los postres de un almuerzo que el Rey compartía con el propio Conde y con su intendente, Manuel Prado y Colón de Carvajal. Y allí confesó Pedro J. Ramírez que su fuente, en aquel caso y en otros similares, había sido, ¡atención!, el general Sabino Fernández Campo, a la sazón Jefe de la Casa del Rey.
Aquella confesión puso en marcha de inmediato el relevo de Sabino al frente de la Casa del Rey. La relación causa efecto fue inmediata. El recientemente fallecido Sabino era ni más ni menos que "un traidor". Tanto que don Juan Carlos, cogido de improviso, aceptó como sustituto a un hombre que no sólo no conocía, sino que ni siquiera sabía que existía, pero que llegó avalado por el respaldo total del propio Conde y de Colón de Carvajal: Fernando Almansa, que no tomaría posesión de su cargo, sin embargo, hasta enero de 1993. Es decir, que Conde y Prado-Colón de Carvajal se chivaron al rey, utilizando a Pedro J. Ramírez, para echar a Sabino y poner a un amigo suyo: Almansa.
Sabino ha reconocido sin ambages su participación en este y otros episodios, el más notable de los cuales fue la publicación, también en el verano de 1992, de un polémico viaje del Rey a Suiza, incógnito total…. "Bueno, es cierto que alguna vez he comentado de rondón con Alonso Manglano (responsable del CESID), que, de vez en vez, no está mal darle un toquecito al Rey”, ha dicho Sabino.
www.elconfidencial.com
Creo que Sabino, al final, se sintió desdeñado, mal tratado por el rey. El título nobiliario que recibió fue como echarle, poniéndole una alfombra. A Sabino le pediría el cuerpo “contar” todas las bajezas de la real casa y del real inquilino, lo que hubiera sido un regodeo nacional y el fin de la “sagrada” institución monárquica.
Pero Sabino hizo lo que tenía que hacer: callarse. Desde entonces se ha hecho “el longuis”. Desde que dejó la Zarzuela ha estado resentido. Su Asturias de praderas verdes con vaquitas y la señorial Vetusta le habrán suavizado el sufrimiento.

Prudente y discreto hasta el final. Aunque… ¡Quién sabe, a lo mejor, dentro de unos años salen sus memorias, dejando con el culo al aire al rey! ¡Ojala!

¡Qué buen vasallo, si hubiera habido un buen señor!

(Lean, lean “Sabino Fernández Campo, la sombra del rey”, los 10 mejores libros sobre el 23-F, las memorias de algunos personajes de entonces y algunos artículos actuales a raíz de su muerte)

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