10 abr 2009

El Viernes-Santo, Ben-Hurr

Ha llegado la Semana Santa y, en tromba, también las películas de romanos: “Quo Vadis”, ñoñería religiosa, de Mervyn LeRoy, “Gladiator”, el esclavo idealizado, de Ridley Scott, “La pasión de Cristo”, masoquista, de Mel Gibson y, sobre todo, Ben-Hurr” de William Wyler.
¿Quién se va a perder Ben-Hurr un Viernes-Santo lluvioso?

¡Aquel circo romano…! los cuadrigas en los boxes, esperando… La llegada de la autoridad mayestática al palco, la plebe esperando en las localidades de “pelouse”, situados por grupos de fans (romanos, griegos, árabes…); la vuelta de reconocimiento, calentando los carros; los pilotos con sus trajes y sus cascos de protección, probando la solidez de las riendas; los motores impacientes relinchando y encabritándose sobre las ruedas traseras; el último repaso al bólido (el rival, en esta prueba, trae la novedad de unos alerones con afilados cuchillos sobre los ejes para segar los radios del protagonista).
¡Ahí están! Massala, cuadrado, musculoso, entrenado por gladiadores, es un metrosexual y pilota caballos de chasis negro, aportados por una multinacional latina, mientras que Ben-Hurr, financiado con capital árabe, tiene una apariencia modesta, parece incapaz de matar una mosca y conduce caballos de chasis blanco. Son los representantes de las dos escuderías patricias más clásicas de la capital del Imperio.
Va a empezar la prueba. Se retira el personal, técnicos, escuderos, pajes, mecánicos… se hace el silencio y el tribuno suelta un pañuelo de su mano extendida. Se ha encendido el piloto verde, rugen los caballos, aunque no se percibe humo por sus tubos de escape y de produce una explosiva salida.
Tras algunos roces iniciales entre los equinos para tomar posiciones, todos encaran la primera curva. Pero la curva no está peraltada (fue un fallo del “ingeniero de caminos, calzadas y vías”) y un inexperto conductor se traga la valla de protección. saliendo por los aires, volteado hasta la orilla contraria. Trozos del equipo, sorteados por los demás, quedan dispersados por la pista. El personal de seguridad con túnicas amarillas reflectantes se apresta a retirarlos de la arena para dejar la pista libre.
Un apuntador, experto en informática, va marcando en un panel electrónico de peces con un ratón en forma de vara alargada las vueltas que se van completando. Todo muy mecanizado, último grito de un equipo de ingenieros, formados académicamente en el ”campus capitolinus” de Roma.

Ben-Hurr y Massala, protagonistas, provisionados de los últimos adelantos equinos se distancian de los demás, que siguen conservando una tecnología obsoleta, de caballos flacos.
A la mitad de la carrera un carro, que no tiene mucho “reprise” hace una mala frenada y el que le seguía, aprovechando el rebufo, quiere adelantarle por la izquierda, pero choca con él, saliendo del vehículo por encima de las crines del motor. El piloto es arrollado. Rápidamente sale el “saffety card” y unos camilleros le retiran maltrecho.
Entre choques, accidentes, fallos mecánicos y abandonos sólo quedan dos carros en la arena del circo. Son dos experimentados pilotos, representantes de las dos escuderías rivales más importantes. Como en el futuro las ventas de carros van a depender del éxito de esta carrera, se enzarzan en una lucha a muerte.

Finalmente, Massala, confiado en su superioridad, tiene un fallo garrafal, su carro queda destrozado y él, ensangrentado.
Lo que a continuación ocurre era de prever en la película: el humilde Ben-Hurr es aclamado por la plebe romana y todos los venidos del otro lado del “limes”, que saltando las vallas invaden la pista. Finalmente, el tribuno le pone la copa de laurel en la cabeza y no se descorcha champán, porque no se había inventado.
En fin, los mismos collares en los cuellos de distintos perros. Han pasado veinte siglos. Los romanos inventaron muchas cosas, que aún seguimos copiando.

¡Viva la Semana Santa y las películas de romanos!. Pero sólo las buenas, como “Ben-Hurr”

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