24 ago 2009

Congelación salarial

Como todos los años, cuando finaliza el mes de agosto y se van preparando las condiciones para volver al trabajo rutinario, el Gobierno, a modo de despiste, va soltando ideas sobre algunas partidas de los Presupuestos para el próximo año fiscal. Este año, que es de crisis, lanza el globo-sonda de una probable congelación del sueldo de los funcionarios, porque “hay que arrimar el hombro y tirar del carro”.
Bla, bla, bla… ¡Vuelta la burra al prao! Siempre que hay crisis el Gobierno dice lo mismo, yo creo que ¡hasta se divierte! Ahora que los “brotes verdes” empiezan a estirarse y la Bolsa se empina hacia el cielo, amenaza con recortes salariales. ¿Salimos o no salimos de la crisis?
Los sindicatos, reaccionando como un resorte mecánico, han puesto el mismo disco de siempre: Se pondrán en “pie de guerra” y asustan al Gobierno con “un otoño caliente”. ¡Je, je, je…! No pasará nada. Los sindicatos están totalmente domados, atiborrándose de cebada en los pesebres ministeriales, cuyas cuadras gestiona actualmente Gorbacho.
A mí, sufrido funcionario se me ha subido la visceralidad, la bilis y para relajarme un poco he ido a comentárselo a mi vecino virtual, que también es funcionario.
Mi vecino es un sindicalista, izquierdoso como el Gobierno, que paga su cuota fielmente, que, poniéndose de vaqueros raídos y bufanda roja, prepara su pancarta cuando hay que dar la cara en la calle. Siempre escribe lo mismo “Por la emancipación de proletariado” y, seguirá igual, mientras no se consiga este objetivo revolucionario. Dice que le miran con extrañeza todos los “liberados”, pero cree que debe ser porque la pancarta tiene muchas letras.
Empezó leyendo libros de los socialista utópicos, cuando se permitió su venta en librerías, allá por 1977, porque antes estaba prohibido y él no iba a desobedecer las leyes. Dice que ya va leyendo a los socialistas de mediados del siglo XIX y pronto va a empezar con “El Capital” de Marx para ponerse al día en reivindicaciones revolucionarias.
Es un estajanovista puntual, cuando acaba su jornada laboral, va corriendo al aseo a realizar sus necesidades fisiológicas, porque no lo hace en toda la mañana –no como otros compañeros que van media docena de veces, aunque hay que comprender que es porque tienen perdidas ellas y próstata ellos-. Tampoco toma café por no perder tiempo.
“Porque el Estado somos todos”, dice. Es un socialista convencido, como el Gobierno.
Espera que, cuando se jubile, le hagan un homenaje con pancartas, regalo y discurso de su Jefe de Negociado, reconociéndole su dedicación al Estado, que somos todos.
Este vecino desquicia a cualquiera, yo no puedo con él.
Cuando vuelvo a casa con dolor de estómago por la congelación y con dolor de cabeza por los comentarios con mi vecino virtual, pienso que lo mejor es pedir una “baja laboral” de dos meses para recuperarme, porque así no se puede trabajar. Me llama un compañero, que no es sindicalista, ni izquierdoso, y me dice que él pedirá la baja por razones de justicia: si le pagan menos, es justo que trabaje menos. Calcula que la equivalencia sería un mes.
Y concluye: “¡El estado! En la empresa privada te señalan la puerta”.

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