25 ago 2009

El telescopio de Galileo

Se cumple el 400 aniversario de la invención del telescopio por Galileo.
¡Lo que se puede aprender de Galileo!
1.- Su interés por saber, su curiosidad razonada, su afán por encontrar respuesta a los fenómenos naturales.
Galileo empezó estudiando medicina en la Universidad de Padua, dejó la medicina, pero se empapó de Aristóteles, profundizó en las matemáticas con el maestro Ricci, discípulo de Tartaglia, empezó a hacer observaciones en el campo de la física, con 19 años descubrió el isocronismo en las oscilaciones del péndulo, con 22 años estudió la balanza hidrostática, siguiendo las leyes de Arquímedes, se pasó dos años ampliando su cultura literaria, que creía necesaria, adquirió la cátedra de Matemáticas de Pisa a los 25 años y publicó un libro sobre la caída de los cuerpos y el movimiento de los proyectiles con explicaciones distintas a las aristotélicas, con 28 años fue elegido catedrático de matemáticas de Padua y estudió la construcción de edificaciones militares, teniendo en cuenta la topografía, inventó una máquina de elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de cálculo, con 45 años, en 1609, inventó el telescopio, con el que demostró que la superficie de la luna es arrugada, descubrió 4 satélites de Júpiter y puso en duda la teoría geocéntrica de la tierra, afianzando la teoría heliocéntrica de Copérnico. Sus ideas las publicó en media docena de libros científicos. ¡Casi nada!

La observación, el tratamiento lógico de lo observado y las conclusiones científicas fueron su método de trabajo. “La naturaleza no engaña, hay que descubrir su funcionamiento, mediante la observación” Por la técnica a la ciencia: si se inventa un telescopio se puede demostrar una teoría científica, el heliocentrismo.
2.- Su visión crítica de lo que leía y observaba: “Todo tiene que ser demostrado y lo que no tenga explicación racional debe ser criticado, descartado y cambiado”. También su gusto por la argumentación y la polémica.
Ya cuando era estudiante se hizo famoso por contradecir a sus profesores. Fue enemigo implacable y contumaz de quienes le contradecían sin argumentos, refutaba de forma hiriente a sus opositores y les dejaba en ridículo, regodeándose todo lo que podía.
Polemizó con Mazzoni, con Kepler, Tycho Brahe y otros científicos y pensadores mediante cartas, que hacía públicas. Daba clases públicas, a estudiantes y curiosos, provocando al auditorio, enzarzándose en agrias polémicas con quienes no pensaban como él. Era tal el respeto que le tenían sus opositores que, a veces, publicaban de forma anónima. A Baltassare Capra, que copió uno de sus inventos, el compás geográfico-militar, le acusó públicamente de plagio, exigió un juicio público, la condena fue pública, le obligó a retractarse y a pedirle perdón de rodillas, también públicamente.
Su lema era: la polémica, la discusión razonada lleva a la verdad. Lucidez mental.
3.- Su oposición a la doctrina de la Iglesia Católica, cuando está en contradicción con la ciencia.
El telescopio demostraba que las teorías geocéntricas (la tierra inmóvil, centro del Universo), que defendía la Iglesia, eran falsas. Galileo, dado su carácter científico y polémico, empezó a criticarlas y a fundamentar el heliocentrismo (la tierra gira alrededor del sol y no es el centro del Universo).

Empezaron las tensiones con compañeros, profesores eclesiásticos y con la Iglesia. Galileo les “chinchaba” y, seguro, que se lo pasaba bien. Un buen día un clérigo, poco capacitado en cuestiones de física, no aguantó más y le acusó desde el púlpito de la Catedral de Florencia de hereje y de ir en contra de las Sagradas Escrituras. Galileo le ridiculizó dialécticamente, en una carta pública sobre “la insolvencia de los paisajes bíblicos en razonamientos científicos, (…) la Biblia debe ir adaptándose a los nuevos conocimientos”.
En 1616 sus libros fueron censurados por la Iglesia. Había que hacer volver al redil a una oveja negra, que iba a complicar las tradicionales teorías eclesiásticas sobre el Universo. El cardenal jesuita Berlamino, previendo el panorama, aconsejó a Galileo “por las buenas”, que planteara sus teorías como hipótesis, no como definitivas. Galileo, que no era tonto, acordándose de la “hoguera”, que quemó a Giordano Bruno y a Miguel Servet, calló durante algunos años.
Pero, con sumo cuidado, seguía polemizando con otros científicos, entre ellos Tycho Brahe. Los jesuitas apoyaban las teorías de Tycho, porque no era aristotélico, pero tampoco contradecían a las Sagradas Escrituras. Tycho les servía de base para oponerse a Galileo.


Cuando un teólogo jesuita, Orazio Grassi, apoyó públicamente las teorías de Tycho, Galileo reaccionó con virulencia contra él. La contrarréplica de Galileo se convirtió en una persecución inmisericorde, en la que todos de los errores del contrincante fueron señalados, ridiculizados y destruidos.
Pero su prepotencia le proporcionó a Galileo muchas enemistades, agravios, envidias, rencillas. Se creó un frente contra Galileo y en primera línea los jesuitas, cerriles, dogmáticos. El debate era: las doctrinas copernicanas de Galileo estaban o no de acuerdo con las escrituras. Si no era así a Galileo había que darle un escarmiento.
El polémico Galileo escribió una “Carta a la gran duquesa Cristina” donde defendió claramente la hipótesis heliocéntrica y a su autor Copérnico contra quienes decían que esta teoría iba contra varios pasajes de la Biblia. Afirmó, de nuevo, que “la Escritura es infalible en cosas de fe, y que no siempre ha de entenderse en sentido literal, pero que, en cuestiones de experiencias sensibles y demostraciones necesarias, no ha de comenzar por consultarse el sentido literal de la Escritura. No es preciso reservar a la Escritura sólo lo que es de fe, también se le puede conceder superioridad de opinión en aquellas cosas humanas que no pretendan ser un saber demostrativo; pero éste no es el caso de la astronomía, para la que Dios, autor de todas las verdades, nos ha dado ojos y razón. A la Escritura no le importa precisar si el cielo se mueve o no, o si la Tierra es una esfera o un plano; le importa enseñar cómo se va al cielo, no cómo es el cielo”.
Frente a un argumento científico como este, la historia de Josué contada en la Biblia y defendida por los inquisidores como argumento contra Galileo quedó ridícula.

Su carácter polémico le perdió. El resto ya es conocido: fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de "sospecha grave de herejía". Galileo fue juzgado y condenado. El castigo implicaba la abjuración de la teoría heliocéntrica, la prohibición de sus libros, la privación de libertad, que le fue conmutada por arresto domiciliario y algunas penitencias de tipo religioso.
Al levantarse Galileo tras permanecer arrodillado para la abjuración, golpeó con fuerza el suelo con el pie exclamando: "¡eppur si muove!" ("sin embargo, se mueve").
En 1979 una comisión nombrada por Juan Pablo II inició una investigación para esclarecer el proceso al que fue sometido Galileo. En octubre de 1992, esta comisión papal reconoció el error del Vaticano.
No está mal. La Iglesia ha tardado 360 años en admitir lo evidente. ¡Hace falta ser cerril!
¡A buenas horas mangas verdes! En la otra vida seguro que Galileo se reirá y machacará con muy mala leche, regodeándose como hacía con los cretinos, al Papa Urbano VIII y a la Santa Inquisición, que le condenaron.
La lección de Galileo: en cuestiones que no son de fe, la Iglesia no tiene autoridad. La ciencia antes que la Iglesia.

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