La crisis, finalmente llegó, se instaló y produjo sus efectos.
Ahora, que ya empieza a superarse, las instituciones y poderes públicos avisan de la mejoría, tratan de superarla, analizan su salida, se pavonean de las medidas que toman y empiezan a elucubrar sobre el futuro, animando a las muchedumbres…
Del optimismo al pesimismo de aquí al optimismo y otra vez al pesimismo… Un permanente y continuo movimiento cíclico y ondulatorio.
Las crisis van y vienen al margen de las instituciones y poderes públicos. Los mercados se auto-regulan como nosotros lo hacemos con muestras economías: a los espléndidos fines de semana siguen los aburridos lunes, a las manirrotas navidades, la onerosa cuesta de enero, al despendolado verano, el arrugado otoño…
Es la “mano invisible” de Adam Smith, equilibrando, lo que los afanosos y codiciosos hombres desequilibramos.
Allá por el siglo XVIII este escocés, científico de la economía, a pesar de sus errores puntuales, ya avisó de que la intervención de los poderes públicos en la marcha de la economía es bastante inútil.
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