21 ago 2009

Trotsky, Stalin y Mercader hace 69 años

Hace 69 años: el 20 de agost0 de 1940 fue asesinado de Trotsky
León Trotsky fue un ruso disciplinado, pensador y práctico, inteligente e intuitivo, realista e implacable: fue uno de los organizadores y el ejecutor de la revolución de 1917.
A la muerte de Lenin plantó cara y argumentos a su rival y competidor, José Stalin, más tosco, cruel y enfermo patológico. Caído en desgracia fue expulsado del Partido y de la URSS. La inquina y la larga mano de su rival triunfante, Stalin, le siguió hasta Coyacán, barrio de Méjico, donde se había fortificado el perseguido. Stalin se tomó como trabajo personal la organización de la trama para asesinar a su principal enemigo.
El desarrollo de este “trabajo” tuvo algún parecido con las tragedias griegas.
Una madre, Caridad, desequilibrada y fiel a una ideología, el comunismo, y a un personaje, Stalin, junto con su amante Eitington, espía de confianza de Beria, prepararon al asesino, Ramón, hijo de ella, para eliminar al perseguido, que quitaba el sueño a Stalin. Ramón se convirtió en el sicario Jacques Mornard, que pronto se ligó a Sylvia Ageloff, hermana de Hilda, que era el correo personal de Trotsky en sus relaciones revolucionarias internacionales.
Mornard, fingiendo tener inquietudes artísticas y culturales, tardó con paciencia en adquirir la confianza de Trotsky, pero con tesón logró conseguir hasta cuatro entrevistas, dos de ellas “a solas”.
Un piolet de mango recortado, para poder ocultarlo bajo la gabardina, sirvió para horadar el cráneo del exiliado, que entre espasmos y sorpresa se defendió a mordiscos, mientras pedía ayuda a sus fieles, dispuestos a linchar al asesino.
-“No, no le matéis. Tiene que decir quien le manda” gritó con un alarido muy agudo, que Mercader no pudo retirar de su cabeza el matón mientras vivió.
¡Ni una hoz o un martillo, sino un piolet! ¡Qué poca delicadeza!

Mornard fue reducido, encarcelado y juzgado, pero jamás reveló quien era, ni quien le mandaba. Ni interrogatorios, ni test, ni careos, ni exámenes psiquiátricos, ni pruebas en contrario, ni torturas, ni “golpizas”…hicieron salir de su garganta el mínimo dato.
Cumplida su condena de 20 años de cárcel, acudió a la URSS a recibir sus 30 monedas de plata: la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”, pero una medalla era poco y se sintió sólo, nadie quería relacionarse con un hombre extraño, nadie se corresponsabilizó con él. Había pagado un precio tan alto, que la revolución no le pudo pagar. Así que, desengañado, pero mudo, fue a vivir con su madre a Cuba.
Quiso volver a su región natal, Cataluña, encargando la gestión sus “papeles” a Carrillo, pero su camarada Santiago le pidió a cambio unas memorias que él se negó a escribir:
-“Jamás delatare a mis camaradas”, le dijo.
Carrillo, tan pillín, buscaba una justificación a su oposición a la invasión de Checoslovaquia por la URSS, ya en 1968.

Ramón Mercader, “Mornard”, fue un producto de su época, se sacrificó por una ideología y por una persona idealizada, aunque enfermiza, que nunca conoció. Todo un drama propio de Fedor Dostoiesky.

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